Una Historia de Familia es un documental dirigido por Pablo Rogero que narra la historia de Mario y Sergio, una pareja de Barcelona que toma la decisión de convertirse en padres.
La historia acompaña a la pareja durante los tres años que dura el proceso de gestación subrogada que inician en el 2011. Ellos deciden hacerlo a distancia, en Los Ángeles, donde la práctica está regularizada y legalizada. Al nacer su hijo Galileo, vuelven a España en donde se encuentran con varios obstáculos ya que las leyes locales no les permiten registrar a su hijo que queda como un ciudadano americano con permiso de turista en el país.
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Tuve el gusto de participar en la propuesta de 100 horas de Activismo que lanzó MIC Género en Agosto del 2016. A través 100 funciones debate la convocatoria buscaba abrir un diálogo sobre temas relevantes de la actualidad manteniendo siempre una perspectiva de género. Escogí el documental – Una Historia de Familia – por las diferentes problemáticas que aborda y para generar un debate sobre los derechos reproductivos, las leyes que afectan o facilitan los procesos, las instituciones involucradas y las posturas heteronormativas que rigen dentro del sistema.
Antes de desarrollar estos temas, quisiera contar lo que pasó el día de la función. El documental se presentó en Cinemex Altavista en la Ciudad de México a las 16h00. Había poca gente en la sala, lo relacioné con la hora y el día de la semana, era domingo. A los 10 minutos de haber iniciado el documental, se salió la primera pareja. A los 15 minutos, se salió otra persona. Del total de las personas que pagaron su boleto y que empezaron a ver la sesión, el 40% se salió en los primeros 20 minutos. Puedo asegurarles que el motivo de la pérdida del público no fue la calidad del documental que ha ganado varios premios entre los cuales está el Premio del Público al Mejor Documental del Barcelona Film Festival.
Una Encuesta Nacional que realizó el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación en México en el 2010, establece que siete de cada diez personas que se encuentran entre los 30 y 49 años de edad están en desacuerdo y muy en desacuerdo con que a las parejas de hombres homosexuales se les permita adoptar niñxs. Ocho de cada diez personas de más de 50 años opinan lo mismo (Conapred, 2010). Un estudio más reciente de Parametría, de junio del 2015, explica que 48% de los ciudadanos mexicanos está en contra de que el matrimonio gay sea legal (43% se manifestó a favor).
Con base en estas estadísticas podríamos inferir la postura generalizada hacia la gestación subrogada contratada por parejas del mismo sexo pero sería un ejercicio sin mucho sentido ya que la propia ley en México establece que sólo se permite la gestación subrogada bajo orden médica. Es decir, se permite cuando un hombre y una mujer que intenten tener hijxs, no lo logren por problemas de infertilidad. Es así como la ley excluye de este proceso, desde un inicio, a parejas del mismo sexo.
Ya con la contextualización de la función a un entorno mexicano, comparto unas reflexiones que escribí después de ver este documental de Pablo Rogero.
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“El primer problema que tenemos todos, no es aprender sino desaprender.” La noción de desaprender que señala la periodista y activista de los años 60, Gloria Steinem, es un elemento relevante para entender y cuestionar ciertos estereotipos que rigen dentro del sistema.
Desaprender implica hacer conciencia de los elementos cotidianos que se acatan y se establecen como “normales” y únicos. Implica pensar en esta categoría de lo “normal”, un concepto que se utiliza en repetidas ocasiones en el documental hablando del proceso de gestación subrogada: “yo lo veía como algo normal”, “hoy en día ya es normal”, “esto ya es un procedimiento normal”…
La noción de desaprender incluye también preguntarnos qué consideramos como “normal”, si lo que yo considero normal es lo que tu consideras normal, o bien, si ese “normal” puede ser generalizado y establecerse como asunto definitivo y compartido por todos.
Nuestras sociedades se definen y se explican en grupos y en categorías que se convierten en divisiones sociales y en normas culturales. Estas, se vuelven pronto categorizaciones permanentes que buscan definir el “yo”. Y estas estas definiciones, inevitablemente, viven dentro de la delimitación, dentro de las definiciones que están enmarcadas por el lenguaje. Están así sujetas a una invariable simplificación de la realidad por las palabras que describen esta realidad. De esta forma, el entendimiento del grupo recae necesariamente en una generalización. En el promedio o en lo más sucede. Y es así como se etiqueta al grupo, por clase, por etnicidad, por género, por sexo, o por orientación sexual… Basado en una mayoría.
¿En dónde queda la línea entre la definición y la categorización? ¿En qué momento esta simplificación por promedio se vuelve una sobresimplificación que da entrada al estereotipo? ¿Y, cuándo este estereotipo se vuelve parte del problema, se vuelve parte de la violencia normalizada?
La categorización se ha vuelto parte del lenguaje y de las prácticas de todos los días. Se repiten las mismas preguntas constantemente. Repetimos las mismas etiquetas que son únicas y absolutas.
Y aunque estas categorías se ven reflejadas en diferentes arenas de la sociedad. Las nociones de género y de sexualidad ejemplifican muy bien estos elementos puramente binarios que se establecen como base para la construcción de un sistema social. El género simplificado a dos categorías, la del hombre y la de la mujer, fundamentando dos roles únicos: la señora y el señor, con representaciones sociales adjudicadas a cada rol… dos roles únicos que cohabitan y se relacionan en un terreno puramente heterosexual y con fines reproductivos. Y la violencia aparece, cuando en este constructo social, toda persona que no entre en las categorías únicas de Hombre, Mujer, Heterosexual, entra en una no-categoría, la de aquel que no tiene lugar en lo esperado socialmente, entra entonces al terreno de lo inexistente en la expectativa social o en el caso del documental, entra en lo inexistente en las leyes locales.
Este tema de la binariedad, de reducir las relaciones humanas a dos opciones únicas y opuestas, – hombre y mujer por ejemplo – aparece en varios momentos del documental. En particular en una escena, cuando Sergio y Mario están cenando con la gestante subrogada, Edith y con su novio, se hace presente. Empiezan a charlar y el novio les pregunta: “bueno, y quien lleva el rol dominante”, reformula su pregunta y dice: “quién de los dos actúa más como la mujer”…
Esta pregunta se hace constantemente a parejas que rompen el esquema heterosexual y lleva en sí tantas cargas normativas. ¿Qué quiere decir con el rol dominante? ¿Cómo defines el papel de la mujer en una relación? Y esta pregunta simplemente nace de la imposibilidad de romper el elemento binario, de la incapacidad de imaginar a una pareja que no siga el esquema de relación de hombre, mujer y sus roles específicos.
¿Y cómo acaba definiendo estos roles el novio de Edith? Explica que por ejemplo, él es el que responde si oyen un ruido sospechoso en la casa. Esa acción lo hace El Hombre de la relación. Y de esta forma, el simple hecho de ir a ver qué ocasionó un ruido en casa lo convierte en aquel que cuida el hogar, en el rol dominante. Y el problema llega cuando las personas no ven más allá de su propia condición, cuando asumen que si ellos siguen este esquema, este es el único esquema válido, y sus definiciones de Hombre y de Mujer, también se convierten en definiciones universales compartidas por todos. El Hombre es: “el que va a ver qué ocasionó el ruido que oyeron en casa”.
Y ante estas definiciones de roles, me gusta pensar en otras definiciones: ¿Qué es el género y porqué influye tanto en las normas de nuestra sociedad?
La multiplicidad de definiciones del concepto de género (o los intentos de definiciones) muestra la limitación de la lengua y de los elementos categóricos establecidos para describir conceptos fluidos y elementos continuos. A cada definición responde una contra definición y cada nuevo término explicado resulta en un contra-término que busca expandir, cuestionar y moldear el término inicial. Un término que propone que las definiciones que asumimos como absolutas y como incuestionables, muchas veces no representan la realidad, o bien, las realidades.
Carlos Monsiváis analiza los conceptos de “femenino” y “masculino”, que también aparecen a lo largo del documental, y explica que “[…] la “condición femenina” y la “condición masculina”, son productos históricos que, declarados eternos, vigorizan la explotación laboral, la represión social y la manipulación política.”
¿Y por qué es importante esto?
Por qué a través de preguntas presuntamente inocentes, como: “¿quién es la mujer en la relación?”, se promueve una violencia que es muchas veces inadvertida. La violencia de género vive así través de las normas de masculinidad y feminidad que conocemos y que perpetuamos. Estas normas, traducidas en expectativas sociales adjudicadas al sexo, son las que producen violencia y son las que resultan en discriminaciones ante aquel que se sale de la norma (Preciado, 2011).
Y la hegemonía de los productos históricos se hace presentes a lo largo de todo el documental. Hablan varias veces sobre la forma en que van a manejar las cosas, como van a explicarlo a la sociedad y cómo pueden hacer que el proceso se vea normal. Y se menciona varias veces cómo lo van a entender los niñxs y cómo les puede afectar en la escuela. Y la respuesta a estas preguntas es que la dificultad de verlo como un proceso habitual nunca está en los niñxs, o pocas veces. La dificultad permea entre los adultos, entre la gente que ya tiene la expectativa social impregnada y que no puede salir de los roles estereotipados. El problema entonces, está en la gente que habla de familias tradicionales como si este modelo fuera obvio. De nuevo, ¿qué es una familia tradicional? y, ¿cuántas existen hoy en día?
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A través de la iniciativa de la Muestra Internacional de Cine con Perspectiva de Género, de 100 horas de activismo, propongo visibilizar y dialogar sobre la normalización de las categorías simplificadas y sobre la violencia implicada en las imposiciones y expectativas sociales excluyentes. A través de este documental, cuestiono lo binario y abro un diálogo sobre la necesidad de crear etiquetas que no representan.
Cuestionemos los símbolos que perpetúan las representaciones limitadas y pensemos en la posibilidad de eliminar la línea tajante entre hombre y mujer, entre el azul y el rosa y eliminemos también las representaciones sociales asignadas a cada color. Eliminemos la pregunta “qué va a ser” y abramos una posibilidad más neutra, una respuesta que no implique un futuro diferente para cada color.
En el documental mencionan en una escena que uno no se enamora de un hombre o de una mujer, sino de una persona. Creo firmemente que si empezáramos a pensar más en términos de personas, las posibilidades de coexistir sin violencias se abrirían infinitamente.